miércoles, septiembre 02, 2009

Lo peor que te puede pasar en la vida...

Lo peor que te puede pasar no es acabar en un hoyo. Lo peor que te puede pasar no lleva ningún epitafio, ningún karma, ningún porqué. Casi nadie habla de ello, porque nombrar lo peor que te puede pasar es como admitir que alguna vez te ha pasado.

La familia va haciendo lo que tiene que hacer, copiar y pegar lo peor de cada casa, y así desaparecer por turnos. Cada nuevo eslabón generacional empuja a los demás al fondo de abismo del olvido, llevándose con ellos millones de casualidades que en su día hicieron que llegáramos a existir. Lo que daría hoy por entrevistarme un rato con alguno de mis tatarabuelos y preguntarle cómo y si realmente se enamoró, por qué ella y no de cualquier otra, por qué ese día, y no después.

Los amigos, familia elegida, van emprendiendo uno a uno viajes de ida al país de las parejas, al de los trabajos, al de los aviones, al de los padres, al de nunca jamás. Y allí se instalan. Claro que puedes visitarlos, pero siempre con visado de turista. O con llamadas, mails y mensajitos, neocostumbres que mantienen vivo el lamentable espejismo de pensar que aún estáis ahí.

Crecer es aprender a despedirse, conocer cada vez a más gente que ya no está, saberse de memoria la dirección de los tanatorios, sonreír de tanto llorar.

Con la edad las cosas van cambiando de tamaño. Las muy grandes se hacen pequeñas, y las que parecían minúsculas e inofensivas, cada vez molestan más, hasta que un día van y te matan.

Pera nada de todo eso debe ser comparable a la angustiosa sensación de irse quedando solo. Por eso, siempre que noto la soledad de alguien gritada a través de sus poros, jamás se me ocurre manifestar burla, desprecio o desdén. Miro a los que sí lo hacen y siento lástima hacia ellos.
Parece que jamás se hayan quedado solos. Y si alguna vez lo estuvieron, está claro que no supieron aprovecharlo.

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